jueves, agosto 05, 2010

Chapter X: Gone with the wind.

05/08/10.
Gare de Nice, France. 2:13pm.
Mood del momento:

Después de unas veinti tantas ciudades, y de haber perdido todas mis conexiones de tren desde Roma, me recibe exhausto mi break point, una Niza sin precedentes, en la que no sabía que esperar, con notas
melancólicas de una ligera llovizna que cubría la mañana en la Costa Azul, quiza develando parte de lo que sería el resto del día.

No supe que esperar, porque como es habitual, ya nunca es necesario cuando cada día sorprende con algo diferente.
Te das cuenta que cuando buscas un lugar y lo encuentras es convicción pura, pero cuando el lugar te encuentra a ti sin pretenderlo, es un momento, y hay que saber masticarlo, y digerirlo de una manera justa. No hace falta explicar.

Así entonces llegué a la Costa Azul, fundido bajo la somnolencia y la embriaguez de lo atónito, de lo envolvente, sabiendo en el fondo que aun había más que palpar.

Y es entonces que la mañana no se hizo esperar. Fue aquel sueño al que me había dispuesto alguna vez lo que me levantó pasando ya el mediodía, y cuando leí su mensaje al lado de mi almohada constataba aquello que fingía pasar por alto, hasta ese momento. Supe que era real. Una vez más.

No esperé más. Salí a la estación que me vio llegar, como en tantos lugares, e inmediatamente aquella canción comenzaba a invadirme y propagarse dentro y fuera de mi.
Caminé despacio, a pasos sublimes pero firmes, saboreando el momento, dándole formato a esta parte de la película, dejándome empapar por la tibia llovizna, sin pretender nada en lo absoluto.

Mierda. En un instante perdí el aliento, se me cayó el alma a los pies...

Ahi estaba ella, a la par justo frente a mi, pero aun difusa entre la multitud, con un brillante bronceado mediterraneo que cubría su cuerpo a cada centímetro de piel. Me vio y sonrió de esa sola manera, remontándose a todos esos días. Nos acercamos entre insistentes pestañeos acariciando de nuevo la realidad, hasta que nos encontramos frente a frente y todos aquellos ayeres que pasamos juntos se dejaron ver en flashazos intermitentes que encandilaban el alma ya desprendida.

Enseguida, sin decir una sola palabra, solo nos abrazamos como aquellas veces, sustancialmente, congelando el tiempo. Podía notar el esfuerzo por contener sus lágrimas como lo habíamos prometido. Inmediatamente me dejé perder de nuevo en la adictiva quimera de su aroma, aquel que entre risas orgullosas siempre supo que era mi mayor debilidad. Qué días.

Fue ahi, en ese preciso momento cuando me di cuenta que era el principio del final, otra vez. Que todo este guión había sido predeterminado para cerrar el ciclo, una página más de una historia ahora incierta por tantas sorpresas y coincidencias. Pero ambos sabíamos que era definitivo.

El tiempo estaba ya encima, asi que nos encaminamos al puerto, recorrimos a pie lo que pudimos, como lo solíamos hacer. Atravesamos plaza Massena y nos dimos paso al majestuoso malecon de la costa azul. La llovizna seguía acompañando la odisea de nuestra despedida, algo raro de verse aquí, pero simbolizaba el cuadro perfecto para el momento.

Aun al llegar al puerto, alcanzamos a entrar a una cocina italiana para darle unos minutos a nuestra ultima pizza compartida, donde esperabamos el arribo de un Ferry colosal que se perdería a la vista, que la llevaría a la isla de Córsica, la misma que vio nacer a Napoleón.

Y así fue, no pasó mucho tiempo cuando estábamos ya en la línea de abordar. Las promesas consumieron los pocos minutos que nos quedaban, y sólo quedaba arrancar de mi cuaderno de las últimas páginas que le habían pertenecido durante todo este tiempo, y que ahora, llevaría con ella.

Increiblemente fue en ese momento en que cesó la lluvia, dando paso a un cielo abierto y radiante que enfatizaba los colores particulares del mar mediterraneo. A los dos nos hizo el día. Reímos por ultima vez.

Prometí despedirme hasta el último momento, hasta la última visión, como lo hizo ella en aquella estación parisina, y una vez que fue el momento de abordar solo quedaba decirle al oído aquella frase que remitía a la pequeñez de este mundo, y que nos había retado al reencuentro.

En cuanto subió las escaleras, caminé por todo el borde de la marina, hasta casi llegar al faro, donde culminaría este capitulo, donde solo quedaba ver la silueta desvanecerse en el vasto oceano.

Mientras se alejaba solo podía recordar. El navío se hacía cada vez más pequeño en la lejanía hasta que cabía entre las llemas de mis dedos, y me preguntaba como algo tan pequeño había dejado huellas tan grandes, y en relativamente poco tiempo.

Esperé todavía bajo el efecto de su perfume natural, acompañado de aquella canción que nos había dejado tantos momentos, hasta que finalmente se perdió en la infinidad de la nada, dejando a su paso las notas al viento de un adios sin pista alguna de otra ocasión.


C'est la vie.

"World's only as huge as the time it takes you to find that special someone, once again."

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